Tuesday 23 June 2009

¿Qué significa ser amigo de Lula? (texto integral)

Por Aleksander Aguilar y Juliana Vitorino - Articulo originalmente publicado en la revista digital salvadoreña ContraPunto


Ahora la amistad entre Funes y Lula además de pública es oficial. Funes en su discurso de toma de posesión fue directo al grano y dejo bastante explicito que Lula, su “amigo personal”, es el referente de su gobierno. La prensa brasileña, en cobertura de la posesión, llegó a apodar a Funes como “discípulo de Lula”. La relación entre Brasil e El Salvador, especialmente los temas de cooperación han pasado a ser un elemento estratégico – y clave – en la nueva configuración política.

Desde el año pasado, en artículo publicado en ContraPunto, hemos estado diciendo que Brasil y El Salvador celebrarían una alianza sin precedentes. Para quien viene de la izquierda brasileña y basados en el concreto momento político salvadoreño, eran bastante claros los movimientos que el FMLN y Funes realizaban en términos de acercamiento a un modelo internacional de gestión.

Tras la visita de Lula a El Salvador en mayo del año pasado (la primera visita oficial de un presidente brasileño a república salvadoreña en 100 años de relaciones diplomáticas) el Frente pasó a trabajar públicamente la táctica de asociar Mauricio Funes a Lula. Eso durante la campaña se convirtió en un movimiento de suma importancia: contra el intento de ARENA de contagiar la población con la enfermedad del miedo a través del discurso del vinculo del FMLN a Hugo Chávez, la mejor medicina era enseñar que Funes estaba asociado con el presidente de la “izquierda moderada”.

Hoy el acercamiento entre los dos países pasa por declaraciones explícitas de apoyo entre ambos jefes de estado, incremento formal de la cooperación al desarrollo, y el lineamiento de modelo de gestión cada vez más evidente, como se ve en la opción de Funes en crear – a recomendación de Lula – la Secretaria de Asuntos Estratégicos.

Esas relaciones especiales entre Brasil y El Salvador son entendidas por un sector intelectual salvadoreño como algo de carácter beneficioso y útil para justificar un raciocinio sencillo: si la izquierda brasileña (resumida al PT) se ha movido hacia al centro y como consecuencia Brasil ha mejorado, entonces la misma fórmula puede ser aplicada a El Salvador.

Ese casi silogismo, sin embargo, no parece reflexionar sobre que significan hoy el centrismo en el intrincado espectro conceptual político. Ese pensamiento que parece tan lógico, como mínimo también insta a otras preguntas y análisis. ¿Qué será de un FMLN si se inspira en la experiencia “petista” en términos de gestión de su base interna? ¿Cómo los movimientos sociales, también a luz de lo que pasó y pasa en Brasil, se relacionarán con un gobierno que utiliza la palabra izquierda para definirse (como elemento para aglutinar banderas sociales) pero quiere ser de centro (como practica de gestión gubernamental)?

El centrismo no es una panacea

Hoy en Brasil se vive lo que algunos llaman de “crisis ideológica”. Desde la primera victoria de Lula en 2002 es corriente que se escuche que ya no podemos distinguir qué es derecha o qué es izquierda. Lo que hoy se suele clasificar en Brasil de extrema izquierda ha acusado el PT, año tras año, de traicionar las propias posiciones históricas del partido.

En los dos primeros años de gobierno el descontentamiento de sectores más radicales del PT era tan visible que empezaron a incomodar el partido. La palabra de orden en aquel periodo de convulsión en el partido era “gobernabilidad”.

Para asegurar que esa capacidad de gobernar seria alcanzada, el PT adoptó una estrategia de alianzas amplias y luego de un polémico y mediático proceso, expulsó de su base varios líderes históricos del partido. Algunos representantes de esos grupos fundaron un nuevo partido, el Socialismo y Libertad (PSOL), de donde salieron, en las elecciones de 2006, cuando Lula fue victorioso por segunda vez, las críticas más fuertes al gobierno.

En medidas más o menos explicitas el PT optó por una línea en que el centrismo y la moderación han sido entendidos como salidas viables y factibles. En la famosa “Carta aos Brasileiros”, documento clave de la campaña petista de 2002, Lula y el PT anunciaran que ningún compromiso con el capital financiero sería roto y eso tranquilizó a empresarios, inversores e incluso la clase media: algo similar a la estrategia de articulación de un grupo empresarial denominado “Amigos de Funes”.

Aunque se diga que el PT sigue siendo un partido de izquierda, el debate ideológico está perdido en pragmatismos. Éste fue sustituido por los debates acerca de políticas sociales llevadas a cabo por el gobierno federal (con destaque para el Programa Bolsa Familiar, ejemplo de políticas llamadas de distribución de renta por unos y de asistencialismo por otros) y sus resultados directos para el país. La idea de la necesidad de establecerse el criterio técnico por encima del ideológico no es nueva, pero está de moda en Brasil y El Salvador puede ir por el mismo camino.

A priori, evidentemente, no hay nada de malo en valorar la capacidad técnica de uno para ocupar una posición de gestor público, pero con eso no se puede depreciar el debate de ideas, como se eso fuese la causante del caos, y refugiarse en la defensa de un centrismo visto como una panacea política.

Para una sociedad con todas las idiosincrasias post-conflicto entre fuerzas ideológicamente opuestas, pareciera que nada es más adecuado que invertir en posturas con aire más moderno y renovado. Pero lo que realmente significa el tal “centro” es una cuestión abierta, tan misteriosa como el gelatinoso concepto de clase media.

Los éxitos de la política macroeconómica brasileña no hacen del país un modelo incuestionable, sin embargo es verdad que la experiencia de consolidación institucional, pese el largo camino que Brasil todavía tiene que recorrer, puede ser una importante fuente de inspiración para El Salvador.

Está claro hoy que este es un tiempo para un nuevo comienzo. La tarea no es apenas reflexionar sobre nuevas estrategias, sino repensar radicalmente las coordinadas más básicas de las políticas de emancipación. Uno debería ir más allá del rechazo al partido-estado en su forma stalinista y extender esa crítica al concepto de izquierda democrática como una manera de pensar la reforma del sistema desde adentro del estado democrático-representativo. Y la reflexión en este sentido (en lugar de tecnicista) es ideológica, necesaria y comprometida con valores de libertad y justicia.

Brasil tendrá una fuerte responsabilidad en esta nueva etapa de la vida política salvadoreña y esperamos que la nación verde y amarilla la desempeñe de manera positiva, solidaria y en nombre de la justicia social para los pueblos latinoamericanos.

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